El 24 de diciembre el Papa Francisco abrió la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, iniciando así el Jubileo 2025, bajo el lema “Peregrinos de esperanza”. El Santo Padre nos invita a vivirlo como peregrinos de esperanza, y quiere que seamos capaces de transformar, con la gracia de Dios, nuestro mundo, y nos recuerda que la auténtica esperanza del cristiano está en Jesucristo.
En mayo, las Hermandades y Cofradías de todo el mundo están convocadas para celebrar el Jubileo en Roma, y entre los actos previstos tendrá lugar una Gran Procesión con imágenes procedentes de diferentes países, entre ellas Nuestro Padre Jesús Nazareno, de León; el Santísimo Cristo de la Expiración, de Sevilla; y María Santísima de la Esperanza, de Málaga.
Las Hermandades están llamadas a entablar un diálogo profundo con los hombres y mujeres de hoy para llevar a Cristo a sus vidas. Esta debe ser su verdadera alma, y su identidad más profunda, que supone la entrega decidida a la evangelización y a la pastoral de la Iglesia.
En efecto, la piedad popular ha de situarse en una relación estrecha con la transmisión de la fe, de manera que las Hermandades puedan presentar un itinerario de fe que contribuya a que muchos abran la mirada a la belleza de la experiencia cristiana. El Jubileo reforzará nuestra condición de “peregrinos de esperanza” y nos impulsará a volver a nuestros lugares como apóstoles del Señor: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio” (Mc 16,15).
Pido al Señor que el Jubileo de las Hermandades y Cofradías, y la vivencia de esta Procesión, nos ayuden a una profunda renovación de la mirada. Cristo, que es la imagen del Padre (Col 1,15), se ofrece a nuestros ojos como la imagen que se manifiesta en un rostro: su mirada invisible se cruza con nuestra mirada y la sostiene, y nos reclama amor, y exige que levantemos los ojos hacia Él, para que veamos al Padre: “Felipe, quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14,9), ya que únicamente Jesucristo ofrece el rostro visible del Padre.
Esta capacidad para mostrar lo invisible, hace posible una mirada nueva, cuyo protagonismo no radica en un espectador que, como ante las pantallas de nuestra vida diaria, mira sin ser visto. Al contrario, ante las imágenes de nuestra devoción, nos sentimos mirados, porque no son meras pantallas, sino que en ellas es Dios mismo quien cruza su mirada con la nuestra, hasta el punto de que somos vistos por el Señor.
Este Jubileo y su Gran Procesión serán ocasión para proponer desde nuestras Hermandades y Cofradías una audaz renovación de la mirada. Muchos de nuestros contemporáneos gritan hoy, como el ciego Bartimeo, al borde del camino: “Rabbuní, que recobre la vista” (Mc 10,51), Maestro, que pueda ver.
Estamos llamados a ser “testigos de esperanza”, llevando la esperanza de un cruce de miradas, propiciando un encuentro de miradas en el que somos vistos por el mismo Dios y por el que nuestro corazón recibe el impacto de su presencia misericordiosa que sana nuestro corazón, que sana nuestras heridas, que sana nuestro modo de ver a Dios, de ver el rostro de los otros y de ver la realidad del mundo.