El pasado 9 de mayo, en la solemnidad de la Ascensión del Señor, S. S. el Papa Francisco publicó la bula “Spes non confundit” (“La esperanza no defrauda”), por la que convoca a toda la cristiandad a celebrar el Jubileo Ordinario de 2025, bajo el lema “Peregrinos de la Esperanza”.
La celebración de un Año Jubilar hunde sus raíces en el Antiguo Testamento. La Iglesia Católica recuperó esta práctica de forma irregular desde el año 1300, hasta que el pontífice Sixto IV estableció en 1475 que tendría lugar cada veinticinco años. Dicho Año Jubilar se abrirá en la Nochebuena del 24 de diciembre de 2024 y concluirá el 6 de enero de 2026, solemnidad de la Epifanía del Señor. Para toda la cristiandad este Año Jubilar supone una llamada y una oportunidad para alcanzar la gracia santificante. En la Bula de convocatoria, el Santo Padre concreta los fines que se persiguen en cinco capítulos: la palabra de esperanza, el camino hacia la esperanza, los signos de la esperanza, el llamamiento a la esperanza y estar anclados a la esperanza.
En la citada Bula, el Papa Francisco señala que la esperanza es una virtud “que nace del amor y se funda en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz”, lo que entronca con el contenido de la encíclica “Dilexit nos”, recientemente publicada.
Para los cofrades, el Año Jubilar tendrá una dimensión especial, pues por vez primera, todo el orbe cristiano podrá contemplar y comprender cómo se vive la piedad popular en España, como nuestras sagradas imágenes poseen un fortísimo poder de convocatoria que sirve a personas de toda clase y condición a encontrarse con la misericordia de Dios y el corazón maternal de la Santísima Virgen María.
Esa oportunidad será brindada cuando el próximo 17 de mayo las calles de la Ciudad Eterna contemplen la presencia del Dulce Nombre de Jesús Nazareno (León), el Santísimo Cristo de la Expiración, popularmente conocido como “El Cachorro” (Sevilla) y María Santísima de la Esperanza (Málaga).
El Año Jubilar se vivirá también en cada una de las diócesis de todo el mundo. Durante el mismo, todos los católicos, y de un modo muy especial los cofrades, estamos llamados a dar público testimonio de nuestra fe y creencias, que siempre han de estar conformes con nuestra forma de ser y de actuar en todos los ámbitos en los que nuestra vida se desenvuelve.
Al mismo tiempo, nuestras hermandades y cofradías, van a tener ocasión de abrir, una vez más, sus puertas al encuentro de todas las personas que se acerquen a ellas, para el Señor pueda tocar las fibras más íntimas de sus corazones y así tengan la certeza de que todos estamos convocados a la tarea ineludible de contribuir a la edificación del Reino de Dios, “el Reino eterno y universal, el Reino de la verdad y de la vida, el Reino de la santidad y de la gracia, el Reino de la justicia, el amor y la paz, que Tú nos alcanzaste con tu Pasión, Muerte y Resurrección”.